Ante el desolador y deprimente panorama político nacional, anda esta Chinche siguiendo muy interesada todo lo relativo a la sorprendente dimisión del Papa Benedicto XVI, jefe del único estado teocrático que existe en Europa y líder espiritual de más de mil doscientos millones de cristianos católicos.
Entre la multitud de análisis la mayor parte favorables, aunque también alguno muy crítico con su labor, que se han escrito y publicado desde su sonada decisión, así como toda clase de datos y explicaciones sobre los procedimientos para la elección del sucesor en la cátedra petrina, apasionantes en sí mismos dada la tradicional afición de la curia vaticana a las pompas y honores, me apasiona principalmente el procedimiento que la Iglesia Católica se ha ingeniado para votar a su máximo dirigente: el cónclave.
La palabreja de marras tiene su origen en la expresión latina “cum clavis”, que quiere decir “bajo llave”, y consiste básicamente en encerrar con las máximas condiciones de exclusión y aislamiento del mundo exterior a los 115 cardenales, “príncipes de la iglesia”, que tienen el derecho de elegir al nuevo Obispo de Roma, Papa y Pontífice. Y aunque el encierro tiene lugar en una de las construcciones más valiosas del mundo, la Capilla Sixtina, y bajo el techo más bello y hermoso que uno se pueda imaginar, con los frescos del Juicio Final pintados a principios del siglo XVI por Miguel Ángel, la cosa no deja de tener su puntito de mala baba, sobre todo conociendo el origen de tan singular procedimiento.
Además de para evitar influencias exteriores de los poderes civiles, más que habituales en aquellos tiempos, el encierro de los cardenales electores tuvo su origen en las prolongadas situaciones de bloqueo que a veces se daban en las elecciones papales. Esta situación de bloqueo llegó a su máxima expresión en 1268 cuando tras la muerte del papa Clemente IV hubo que encerrar a los cardenales en el Palacio Papal de Viterbo, una bella ciudad italiana situada al norte de Roma. Después de casi tres años sin que se llegase a ningún acuerdo sobre el nuevo Pontífice, los desesperados habitantes decidieron no suministrar alimento alguno a los electores, excepto pan y agua. Los cardenales, hasta entonces remisos para llegar a un acuerdo, pero bien alimentados y cuidados, se apresuraron a elegir al nuevo Papa que asumió el nombre de Gregorio X.
Cuando escribo esta columna, los Cardenales han decidido iniciar el cónclave para elegir al sucesor de Benedicto XVI el día 12 de marzo, y es más que probable que cuando Vds. lo lean, ya se haya producido la tradicional fumata bianca que anuncia la elección del nuevo Obispo de Roma.
Y llegados a este punto, es cuando a esta Chinche, que por otra parte no es que tenga muchas ideas, se le ocurrió lo siguiente:
¿Qué tal si cogemos a nuestros representantes políticos, tanto del gobierno como de la oposición, del estado como de las comunidades autónomas o nacionalidades o lo que sean, y los encerramos en sus respectivas sedes parlamentarias, los mantenemos a pan y agua, y no los dejamos salir hasta que hayan llegado a un acuerdo que ponga fin a la tremenda situación que está viviendo nuestro país?
A lo mejor, se daban por aludidos, se daban más maña, y, al igual que los cardenales de Viterbo, encontraban una rápida solución.
Cimex lectularius
Publicado en CARRIÓN el 18.03.2013
Así que el problema de la crisis es que los políticos no se ponen de acuerdo. Vaya, con lo fácil que es no sé como a nadie se le ha ocurrido la solución antes.
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